Hay, de hecho, muchas otras cosas también que Jesús hizo, que, si se escribieran alguna vez en todo detalle, supongo que el mundo mismo no podría contener los rollos que se escribieran.- Juan 21:25

miércoles, 21 de abril de 2010

EL NACIMIENTO Y LA INFANCIA DE JESÚS


SERÍA CASI IMPOSIBLE explicar plenamente las numerosas razones que llevaron a escoger Palestina como país para la donación de Miguel, y en especial por qué exactamente se escogió a la familia de José y María como marco inmediato para la aparición de este Hijo de Dios en la Tierra.

José, el padre humano de Jesús (Josué ben José) era un hebreo entre los hebreos, aunque poseía muchos rasgos raciales no judíos que, de vez en cuando, se habían añadido a su árbol genealógico a través de las líneas femeninas de sus progenitores. Los antepasados del padre de Jesús se remontaban a los tiempos de Abraham, y por medio de este venerable patriarca, a linajes más antiguos que llegaban hasta los sumerios y los noditas. Los ascendientes próximos de José eran artesanos: constructores, carpinteros, albañiles y herreros. El mismo José era carpintero, y más tarde fue contratista. Su familia pertenecía a una larga e ilustre línea de notables del pueblo, realzada de vez en cuando por la aparición de personalidades excepcionales que se habían distinguido en el ámbito de la evolución de la religión en la Tierra.

María, la madre terrestre de Jesús, descendía de una larga estirpe de antepasados extraordinarios que comprendía muchas mujeres entre las más notables de la historia racial de la Tierra Aunque María era una mujer típica de su tiempo y de su generación, con un temperamento bastante normal, contaba entre sus antecesores a mujeres tan ilustres como Annón, Támar, Rut, Betsabé, Ansie, Cloa, Enta, Ratta y Eva. Ninguna mujer judía de la época poseía un linaje que tuviera en común a unos progenitores más ilustres, o que se remontara a unos orígenes más prometedores. Los antepasados de María, como los de José, estaban caracterizados por el predominio de individuos fuertes pero corrientes, resaltando de vez en cuando numerosas personalidades sobresalientes en la marcha de la civilización y en la evolución progresiva de la religión. Desde un punto de vista racial, no es muy apropiado considerar a María como una judía. Por su cultura y sus creencias era judía, pero por sus dones hereditarios era más bien una combinación de estirpes siria, hitita, fenicia, griega y egipcia; su herencia racial era más heterogénea que la de José.

De todas las parejas que vivían en Palestina en la época para la que se había proyectado la donación de Miguel, José y María poseían la combinación más ideal de vastos vínculos raciales y de dotaciones de personalidad superiores a la media. El plan de Miguel era aparecer en la tierra como un hombre ordinario (común), para que la gente común pudiera comprenderlo y recibirlo; por eso Gabriel eligió a unas personas como José y María para ser los padres de la donación.

Los sucesos trascendentales del nacimiento de Jesús están narrados en los evangelios de Mateo y Lucas. Durante varias semanas, María reflexionó sobre esta visita (del ángel Gabriel) de manera secreta en su corazón. Cuando estuvo segura de que esperaba un hijo, se atrevió por fin a revelar a su marido estos acontecimientos inusitados. Cuando José escuchó toda la historia, y aunque confiaba plenamente en María, se quedó muy preocupado y perdió el sueño durante varias noches. Primero José tuvo dudas sobre la visita de Gabriel. Luego, cuando se persuadió casi por completo de que María había oído realmente la voz y había contemplado la forma del mensajero divino, se torturó la mente preguntándose cómo podían suceder tales cosas. ¿Cómo era posible que un descendiente de seres humanos pudiera ser un hijo con destino divino? José no podía conciliar estas ideas contradictorias hasta que, después de varias semanas de reflexión, tanto él como María llegaron a la conclusión de que habían sido elegidos como padres del Mesías, aunque los judíos casi no tenían el concepto de que el liberador esperado tuviera que ser de naturaleza divina. Una vez que llegaron a esta conclusión trascendental, María se apresuró a partir para visitar a Isabel.

A su regreso, María fue a visitar a sus padres, Joaquín y Ana. Sus dos hermanos, sus dos hermanas, así como sus padres, fueron siempre muy escépticos respecto a la misión divina de Jesús, aunque por aquel entonces no sabían nada, por supuesto, de la visita de Gabriel. Pero María sí le confió a su hermana Salomé que creía que su hijo estaba destinado a ser un gran maestro.

La anunciación de Gabriel a María tuvo lugar al día siguiente de la concepción de Jesús, y fue el único acontecimiento de naturaleza sobrenatural que se produjo en toda su experiencia de gestar y dar a luz al hijo de la promesa. José no aceptó la idea de que María iba a ser la madre de un hijo extraordinario hasta después de haber experimentado un sueño bastante impresionante. En este sueño, se le apareció un brillante mensajero celestial que le dijo, entre otras cosas: «José, aparezco ante ti por orden de Aquel que reina en las alturas; he recibido el mandato de informarte acerca del hijo que María va a tener, y que llegará a ser una gran luz en el mundo. En él estará la vida, y su vida se convertirá en la luz de la humanidad. Vendrá primero hacia su propio pueblo, pero ellos casi no lo recibirán; pero a todos los que lo reciban, les revelará que son hijos de Dios.» Después de esta experiencia, José no volvió a dudar nunca más de la historia de María sobre la visita de Gabriel, ni de la promesa de que el niño por nacer sería un mensajero divino para el mundo.

José era un hombre de modales dulces, tranquilo, extremadamente escrupuloso, y fiel en todos los aspectos a las convenciones y prácticas religiosas de su pueblo. Hablaba poco, pero pensaba mucho. La penosa condición del pueblo judío entristecía mucho a José. En su juventud, conviviendo con sus ocho hermanos y hermanas, había sido más alegre, pero durante los primeros años de su vida matrimonial (durante la infancia de Jesús) sufrió períodos de ligero desaliento espiritual. Estas manifestaciones temperamentales se atenuaron considerablemente poco antes de su muerte prematura y después de que la situación económica de su familia hubiera mejorado gracias a su elevación del rango de carpintero a la condición de próspero contratista.

El temperamento de María era totalmente opuesto al de su marido. Habitualmente alegre, impulsiva, y rara vez se encontraba abatida, y poseía un natural siempre risueño. María se permitía expresar libre y frecuentemente sus sentimientos emocionales, y nunca se la vio afligida hasta después de la muerte súbita de José. Apenas se había recuperado de este golpe cuando tuvo que enfrentarse con las ansiedades y las dudas que despertaron en ella la extraordinaria carrera de su hijo mayor, que se desarrollaba tan rápidamente ante sus ojos asombrados. Pero durante toda esta experiencia insólita, María se mantuvo serena, animosa y bastante juiciosa en sus relaciones con su extraño y poco comprensible hijo mayor, y con sus hermanos y hermanas sobrevivientes.

Jesús se asemejaba a su padre humano en gran parte de su dulzura excepcional y de su maravillosa comprensión benevolente de la naturaleza humana; se parecía a su madre en su don de gran educador y su formidable capacidad de justa indignación. En sus reacciones emocionales hacia su entorno durante su vida adulta, Jesús era a veces como su padre, meditativo y piadoso, a veces caracterizado por una tristeza aparente; pero la mayoría de las veces continuaba hacia adelante a la manera optimista y decidida del carácter de su madre. En algunos detalles, Jesús se asemejaba a los rasgos de sus padres; en otros aspectos, los rasgos de uno predominaban sobre los del otro. Jesús era similar a José en su estricta educación en los usos de las ceremonias judías y su conocimiento excepcional de las escrituras hebreas; de María obtuvo un punto de vista más amplio de la vida religiosa y un concepto más liberal de la libertad espiritual personal. Sin embargo, ya para su vida adulta, Jesús de Nazaret había recobrado su verdadera memoria e identidad celestial como Miguel, el Hijo Creador de todo un Universo.

Las familias de José y de María eran muy instruidas para su tiempo. José y María poseían una educación que estaba muy por encima del promedio de su época y de su posición social. Él era un pensador; ella sabía planificar, era experta en adaptarse y práctica en la ejecución de las tareas inmediatas. José era moreno con los ojos negros; María era casi rubia con los ojos castaños.

Si José hubiera vivido por más tiempo, se hubiera convertido sin duda alguna en un firme creyente en la misión divina de su hijo mayor. María alternaba entre la creencia y la duda, enormemente influída por la postura que tomaron sus otros hijos y sus amigos y parientes, pero su actitud final siempre estuvo fortalecida por el recuerdo de la aparición de Gabriel inmediatamente después de la concepción del niño.

María era una tejedora experta, con una habilidad por encima de la media en la mayoría de las artes hogareñas de la época; era una buena ama de casa, con capacidad sobrada para crear un hogar. Tanto José como María eran buenos educadores, y se preocuparon por que sus hijos estuvieran bien instruídos en los conocimientos de su tiempo.

Cuando José era joven, fue contratado por el padre de María para construir un anexo a su casa; en el transcurso de una comida al mediodía, María llevó a José un vaso de agua, y fue en ese momento cuando empezó realmente el cortejo de los dos jóvenes que estaban destinados a ser los padres de Jesús.

José y María se casaron, de acuerdo con la costumbre judía, en la casa de María, en las afueras de Nazaret, cuando José contaba veintiún años de edad. Esta boda fue la culminación de un noviazgo normal de casi dos años. Poco después se trasladaron a su nueva casa de Nazaret, que había sido construida por José con la ayuda de dos de sus hermanos. La casa estaba situada al pie de una elevación que dominaba de manera muy agradable la comarca circundante. En esta casa especialmente preparada, los jóvenes esposos en espera de niño pensaban acoger al hijo de la promesa, sin saber que este importante acontecimiento del universo iba a suceder en Belén de Judea, mientras estaban ausentes de su domicilio.

La mayor parte de la familia de José se hizo creyente en las enseñanzas de Jesús, pero muy pocos miembros de la familia de María creyeron en él hasta después de su partida de este mundo. José se inclinaba más hacia el concepto espiritual del Mesías esperado, pero María y su familia, y sobre todo su padre, mantenían la idea de un Mesías como liberador temporal y gobernante político (a pesar de la revelación del ángel, María se confundió más tarde). Los antepasados de María se habían identificado de manera destacada con las actividades de los Macabeos, en tiempos por aquel entonces muy recientes.

José sostenía vigorosamente el punto de vista oriental, o babilonio, de la religión judía; María tendía fuertemente hacia la interpretación occidental o helenística de la ley y de los profetas, que era más amplia y liberal.

La casa de Jesús no estaba lejos de la elevada colina situada en la parte norte de Nazaret, a cierta distancia de la fuente del pueblo, que se encontraba en la sección oriental de la población. La familia de Jesús vivía en las afueras de la ciudad, lo que le facilitó posteriormente a Jesús disfrutar de frecuentes paseos por el campo y subir a la cumbre de esta montaña cercana, la más alta de todas las colinas del sur de Galilea, a excepción de la cadena del Monte Tabor al este y de la colina de Naín, que tenía aproximadamente la misma altura. Su casa estaba situada un poco hacia el sur y el este del promontorio sur de esta colina, y aproximadamente a mitad de camino entre la base de esta elevación y la carretera que conducía de Nazaret a Caná. Además de subir a la colina, el paseo favorito de Jesús era un estrecho sendero que rodeaba la base de la colina en dirección noreste, hasta el lugar donde se unía con la carretera de Séforis.

La casa de José y María era una construcción de piedra compuesta por una habitación con un techo plano, más un edificio adyacente para alojar a los animales. Los muebles consistían en una mesa baja de piedra, platos y ollas de barro y de piedra, un telar, una lámpara, varios taburetes pequeños y alfombras para dormir sobre el piso de piedra. En el patio trasero, cerca del anexo para los animales, había un cobijo que protegía el horno y el molino para moler el grano. Se necesitaban dos personas para utilizar este tipo de molino, una para moler y otra para echar el grano. Cuando Jesús era pequeño, con frecuencia echaba grano en este molino mientras que su madre hacía girar la muela.

Años más tarde, cuando la familia creció, todos se sentaban en cuclillas alrededor de la mesa de piedra agrandada para disfrutar de sus comidas, y se servían el alimento de un plato o de una olla común. En invierno, la mesa estaba iluminada durante la cena por una pequeña lámpara plana de arcilla que llenaban con aceite de oliva. Después del nacimiento de Marta, José construyó un agregado a esta casa, una amplia habitación que se utilizaba como taller de carpintería durante el día y como dormitorio por la noche.

En el mes de marzo (el mes en que José y María se casaron) César Augusto decretó que todos los habitantes del Imperio Romano tenían que ser contados, que había que hacer un censo para mejorar el sistema de los impuestos. Los judíos siempre habían estado en contra de todo intento por «enumerar a la gente»; este hecho, sumado a las graves dificultades internas de Herodes, rey de Judea, había contribuído a retrasar un año este empadronamiento en el reino judío. En todo el Imperio Romano, este censo se llevó a cabo, excepto en el reino de Herodes en Palestina, donde tuvo lugar un año más tarde.

No era necesario que María fuera a Belén para empadronarse —José estaba autorizado para registrar a su familia— pero María, que era una persona intrépida y decidida, insistió en acompañarle. Temía quedarse sola por si el niño nacía durante la ausencia de José, y puesto que Belén no estaba lejos de la Ciudad de Judá, María preveía la posibilidad de una agradable visita a su pariente Isabel.

José prácticamente prohibió a María que lo acompañara, pero no sirvió de nada; en el momento de empaquetar la comida para el viaje de tres o cuatro días, preparó raciones para dos personas y se aprestó para partir. Pero antes de ponerse efectivamente en camino, José ya había consentido en que María lo acompañara, y dejaron alegremente Nazaret al despuntar el día.

José y María eran pobres, y como sólo tenían un animal de carga, María, que estaba encinta, montó en el animal con las provisiones mientras que José caminaba, conduciendo a la bestia. Construir y amueblar la casa había sido un gran gasto para José, que también tenía que contribuir al mantenimiento de sus padres, ya que su padre se había quedado incapacitado hacía poco tiempo. Así es como esta pareja judía partió de su humilde hogar, por la mañana temprano, en dirección a Belén.

Su primer día de viaje les llevó cerca de los cerros al pie del Monte Gilboa, donde acamparon durante la noche junto al río Jordán, e hicieron muchas especulaciones sobre la naturaleza del hijo que iba a nacer; José se adhería al concepto de un maestro espiritual y María sostenía la idea de un Mesías judío, un liberador de la nación hebrea.

A primeras horas de la radiante mañana, José y María se pusieron de nuevo en camino. Tomaron su comida del mediodía al pie del Monte Sartaba, que domina el valle del Jordán, y continuaron su viaje, llegando por la noche a Jericó, donde se alojaron en una posada del camino, en las afueras de la ciudad. Después de la cena y de mucho discutir sobre la opresión del gobierno romano, Herodes, la inscripción en el censo y la influencia comparativa de Jerusalén y Alejandría como centros del saber y de la cultura judíos, los viajeros de Nazaret se retiraron a dormir. Por la mañana temprano reanudaron su viaje, llegando a Jerusalén antes del mediodía; visitaron el templo y continuaron hacia su destino, llegando a Belén a media tarde.

La posada estaba atestada, y en consecuencia José buscó alojamiento en casa de unos parientes lejanos, pero todas las habitaciones de Belén estaban llenas a rebosar. Al regresar al patio de la posada, le informaron que los establos para las caravanas, labrados en los lados de la roca y situados justo por debajo de la posada, habían sido vaciados de algunos de sus animales y limpiados para recibir huéspedes. Dejando el asno en el patio, José se echó al hombro las bolsas de ropa y de provisiones, y descendió con María los escalones de piedra hasta su alojamiento en la parte inferior. Se instalaron en lo que había sido un almacén de grano, enfrente de los establos y de los pesebres. Habían colgado cortinas de lana, y se consideraron afortunados por haber conseguido un alojamiento tan cómodo.

José había pensado ir a inscribirse enseguida, pero María estaba cansada; se sentía bastante mal y le rogó que permaneciera con ella, lo cual hizo.

María estuvo inquieta durante toda la noche, de manera que ninguno de los dos durmió mucho. Al amanecer, los dolores del parto empezaron claramente, y a mediodía, con la ayuda y la asistencia generosa de unas viajeras como ella, María dio a luz un niño varón. Jesús de Nazaret había nacido en el mundo. Se le envolvió en las ropas que María había traído por precaución, y se le acostó en un pesebre cercano.

El niño de la promesa había nacido exactamente de la misma manera que todos los niños que antes y después de ese día han llegado al mundo. Al octavo día, según la costumbre judía, fue circuncidado y se le llamó oficialmente Josué (Jesús).

¡Qué asombro para los ángeles! Su amado compañero y comandante por amor había cambiado su compañía celestial por la humilde compañía de los animales de un establo. En este acto generoso, la vanidad y el orgullo quedan reprendidos en su presencia.

Aquel mediodía en que nació Jesús, los serafines y ángeles, reunidos bajo las órdenes de sus directores, cantaron efectivamente himnos de gloria por encima del pesebre de Belén. A anochecer, los pastores fueron visitados por éstos seres de luz y contaron sus experiencias como relata Lucas.

Al día siguiente del nacimiento de Jesús, José fue a empadronarse. Se encontró con un hombre con quien habían conversado dos noches antes en Jericó, y éste lo llevó a ver a un amigo rico que ocupaba una habitación en la posada, el cual dijo que con mucho gusto intercambiaría su alojamiento con el de la pareja de Nazaret. Aquella misma tarde se trasladaron a la posada, donde permanecieron cerca de tres semanas, hasta que encontraron alojamiento en la casa de un pariente lejano de José.

Al segundo día del nacimiento de Jesús, María envió un mensaje a Isabel indicándole que su hijo había nacido, y ésta le respondió invitando a José a que subiera a Jerusalén para hablar con Zacarías de todos sus asuntos. A la semana siguiente, José fue a Jerusalén para conversar con Zacarías. Tanto Zacarías como Isabel habían llegado al sincero convencimiento de que Jesús estaba destinado a ser en verdad el libertador de los judíos, el Mesías, y que su hijo Juan sería el jefe de sus ayudantes, el brazo derecho de su destino. Como María compartía las mismas ideas, no fue difícil convencer a José para que se quedaran en Belén, la Ciudad de David, con objeto de que cuando Jesús creciera, pudiera ocupar el trono de todo Israel como sucesor de David. Por consiguiente, permanecieron más de un año en Belén, y José efectuó mientras tanto algunos trabajos en su oficio de carpintero.

Hacía algún tiempo, a algunos sacerdotes y astrólogos de Mesopotamia les había revelado un extraño educador religioso de su país, que había tenido un sueño en el cual se le informaba que la «luz de la vida» estaba a punto de aparecer en la tierra, como un niño, y entre los judíos. Y hacia allí se dirigieron estos tres sacerdotes en busca de esta «luz de la vida». Después de muchas semanas de búsqueda infructuosa en Jerusalén, estaban a punto de regresar a Ur cuando Zacarías se encontró con ellos, y les reveló su creencia de que Jesús era el objeto de su búsqueda; los envió a Belén, donde encontraron al niño y dejaron sus regalos a María, su madre terrestre. El niño tenía casi tres semanas en el momento de su visita.

Estos hombres sabios no vieron realmente una estrella que los guiara hasta Belén, sino otra cosa que fue interpretada y confundida posteriormente como una “estrella”. Tuvo lugar una extraordinaria conjunción de Júpiter y de Saturno en la constelación de Piscis. Basándose en estos acontecimientos extraordinarios, pero totalmente naturales, los seguidores bien intencionados de las generaciones siguientes narraron el relato de la estrella de Belén, que conducía a los Magos (incluso dándoles nombres irreales) hasta el pesebre el mismo día en que nació Jesús, donde contemplaron al niño recién nacido.

En ausencia de imprenta, cuando la mayoría del conocimiento humano se trasmitía oralmente de una generación a la siguiente, era muy fácil que los sucesos se transformaran en tradiciones, y que las tradiciones fueran aceptadas finalmente como algo revelado y real. No obstante, eso si, la Creación entera con sus astros y mundos estaba en armonía con este suceso único en el Universo: el nacimiento como criatura mortal de un Hijo Creador. Ésa "señal" en los cielos marcó un meridiano en los tiempos.

Moisés había enseñado a los judíos que cada hijo primogénito pertenecía al Señor, pero que en lugar de sacrificarlo, como era costumbre entre las naciones paganas, ese hijo podría vivir siempre que sus padres lo redimieran mediante el pago de cinco siclos a cualquier sacerdote autorizado. También existía un mandato mosaico que ordenaba que después de haber pasado cierto tiempo, una madre tenía que presentarse en el templo para purificarse (o que alguien hiciera en su lugar el sacrificio apropiado). Era costumbre realizar ambas ceremonias al mismo tiempo. En consecuencia, José y María subieron personalmente al templo, en Jerusalén, para presentar a Jesús ante los sacerdotes, efectuar su redención y hacer al mismo tiempo el sacrificio apropiado para asegurar la purificación ceremonial de María de la supuesta impureza del alumbramiento.

Dos personajes de carácter notable se paseaban constantemente por los patios del templo: Simeón, un cantor, y Ana, una poetisa. Simeón era de Judea, pero Ana era de Galilea. Los dos estaban juntos con frecuencia y ambos eran íntimos amigos del sacerdote Zacarías, que les había confiado el secreto de Juan y de Jesús. Tanto Simeón como Ana deseaban ardientemente la venida del Mesías, y su confianza en Zacarías les condujo a creer que Jesús era el libertador esperado por el pueblo judío.

Después del encuentro con ellos, en el camino de vuelta a Belén, José y María permanecieron silenciosos —confundidos y sobrecogidos. María estaba muy turbada por el saludo de despedida de Ana, la anciana poetisa, y José no estaba de acuerdo con este esfuerzo prematuro por hacer de Jesús el Mesías esperado del pueblo judío.

Pero los espías de Herodes no estaban inactivos. Cuando le informaron de la visita de los sacerdotes de Ur a Belén, Herodes ordenó que estos caldeos se presentaran ante él. Interrogó cuidadosamente a estos sabios sobre el nuevo «rey de los judíos», pero le proporcionaron poca satisfacción, explicando que el niño había nacido de una mujer que había venido a Belén con su marido para registrarse en el censo. Herodes no estaba satisfecho con esta respuesta y los despidió con una bolsa de dinero, ordenándoles que encontraran al niño para que él también pudiera ir a adorarlo, puesto que habían declarado que su reino sería espiritual, y no temporal. Como los sabios no regresaban, Herodes empezó a sospechar. Mientras le daba vueltas a estas cosas en su cabeza, sus espías regresaron y le dieron un informe completo sobre los recientes incidentes acaecidos en el templo; le trajeron una copia de algunas partes de la canción o dichos de Simeón, que se habían cantado en las ceremonias de la redención de Jesús. Pero no se les había ocurrido seguir a José y María, y Herodes se encolerizó mucho con ellos cuando no pudieron decirle a dónde se había dirigido la pareja con el niño. Envió entonces a unos indagadores para que localizaran a José y María. Al enterarse que Herodes perseguía a la familia de Nazaret, Zacarías e Isabel permanecieron alejados de Belén. El niño fue ocultado en casa de unos parientes de José.

José tenía miedo de buscar trabajo, y sus pocos ahorros estaban desapareciendo rápidamente. Incluso en el momento de las ceremonias de purificación en el templo, José se consideró lo bastante pobre como para limitar a dos palomas jóvenes la ofrenda de María, tal como Moisés había ordenado para la purificación de las madres pobres.

Después de más de un año de búsqueda, los espías de Herodes aún no habían localizado a Jesús; y como se sospechaba que el niño estaba todavía oculto en Belén, Herodes preparó un decreto ordenando que se hiciera una búsqueda sistemática en todas las casas de Belén, y que mataran a todos los niños varones con menos de dos años de edad. De esta manera, Herodes pretendía asegurarse de que el niño que estaba destinado a ser el «rey de los judíos» sería destruido. Y así fue como en un día perecieron dieciséis niños varones en Belén de Judea. La intriga y el asesinato, incluso dentro de su propia familia cercana, eran cosa corriente en la corte de Herodes.

La masacre de estos niños tuvo lugar a mediados de octubre, cuando Jesús tenía poco más de un año. Pero incluso entre los miembros de la corte de Herodes había creyentes en el Mesías venidero, y uno de ellos, al enterarse de la orden de matar a los niños de Belén, se puso en contacto con Zacarías, quien a su vez envió un mensajero a José; la noche antes de la masacre, José y María salieron de Belén con el niño, camino de Alejandría en Egipto. Para evitar atraer la atención, viajaron solos con Jesús hasta Egipto. Fueron a Alejandría con los fondos que les proporcionó Zacarías, y allí José trabajó en su oficio, mientras que María y Jesús se alojaron con unos parientes acomodados de la familia de José. Vivieron en Alejandría dos años completos, y no regresaron a Belén hasta después de la muerte de Herodes.
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Está de más agregar que Satanás y las fuerzas rebeldes de la oscuridad conspiraron en promover en Herodes aquella masacre. Los ángeles rebeldes sabían que había sido comisionado directamente alguien celestial que disputaría su dominio sobre el mundo. El Diablo no podía sondear el misterio de semejante amor del Hijo Creador Miguel por la especie caída. Su alma egoísta no podía concebir la idea de elevar e iluminar a una raza de pecadores.
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La Tierra, se acerca inexorablemente al día en que la Luz encendida por Jesús ilumine y se instale definitivamente en el planeta y en que los hombres justos se amen realmente como hermanos y adoren unidos al Padre Universal.