Hay, de hecho, muchas otras cosas también que Jesús hizo, que, si se escribieran alguna vez en todo detalle, supongo que el mundo mismo no podría contener los rollos que se escribieran.- Juan 21:25

martes, 18 de mayo de 2010

LOS ÚLTIMOS AÑOS DE LA INFANCIA DE JESÚS



AUNQUE JESÚS podría haberse beneficiado en Alejandría de mejores oportunidades para instruirse que en Galilea, no hubiera tenido un entorno tan espléndido para resolver los problemas de su propia vida con un mínimo de guía educativa, disfrutando al mismo tiempo de la gran ventaja de un contacto permanente con una cantidad tan grande de hombres y mujeres de todas clases, procedentes de todos los lugares del mundo civilizado. Si hubiera permanecido en Alejandría, su educación hubiera sido dirigida por judíos y según principios exclusivamente judíos. En Nazaret consiguió una educación y recibió una instrucción que lo prepararon mucho mejor para comprender a los gentiles, y le proporcionaron una idea mejor y más equilibrada de los méritos respectivos de los puntos de vista de la teología hebrea oriental (influida ya en ese tiempo por los babilonios) y occidental (influida por los griegos, llamada helénica).

EL NOVENO AÑO DE JESÚS

En la escuela continuaban las clases, y seguía siendo un estudiante favorecido, con una semana libre cada mes; continuaba dividiendo su tiempo en partes más o menos iguales entre los viajes con su padre a las ciudades vecinas, las estancias en la granja de su tío al sur de Nazaret y las excursiones de pesca fuera de Magdala.

El incidente más grave ocurrido hasta entonces en la escuela se produjo a finales del invierno, cuando Jesús se atrevió a desafiar la enseñanza del chazán de que todas las imágenes, pinturas y dibujos eran de naturaleza idólatra. A Jesús le encantaba dibujar paisajes y modelar una gran variedad de objetos con arcilla de alfarero. Todo este tipo de cosas estaba estrictamente prohibido por la ley judía, sobre todo por los rigoristas, pero hasta ese momento se las había arreglado para calmar las objeciones de sus padres, hasta tal punto que le habían permitido continuar con estas actividades.

Pero un nuevo alboroto se produjo en la escuela cuando uno de los alumnos más retrasados descubrió a Jesús haciendo, al carbón, un retrato del profesor en el suelo de la clase. El retrato estaba allí, tan claro como la luz del día, y muchos de los ancianos lo pudieron contemplar antes de que el comité se presentara ante José para exigirle que hiciera algo para reprimir la desobediencia a la ley de su hijo mayor. Aunque no era la primera vez que José y María recibían quejas sobre las actividades de su hábil y dinámico hijo, ésta era la acusación más seria de todas las que hasta el momento habían presentado contra él. Sentado en una gran piedra junto a la puerta trasera, Jesús escuchó durante un rato cómo condenaban sus esfuerzos artísticos. Le irritó que culparan a su padre de sus pretendidas fechorías; entonces entró en la casa, enfrentándose sin temor a sus acusadores. Los ancianos se quedaron desconcertados.

Algunos tendieron a considerar el incidente con humor, mientras que uno o dos parecían pensar que el chico era sacrílego, si no blasfemo. José estaba perplejo y María indignada, pero Jesús insistió para que se le escuchara. Lo dejaron hablar, defendió valientemente su punto de vista y anunció con un completo dominio de sí mismo que acataría la decisión de su padre, tanto en este asunto como en cualquier otra controversia. Y el comité de ancianos partió en silencio.

María intentó convencer a José para que permitiera a Jesús modelar la arcilla en casa, siempre que prometiera no realizar en la escuela ninguna de estas actividades problemáticas, pero José se vio obligado a ordenar que la interpretación rabínica del segundo mandamiento tenía que prevalecer. Así pues, desde ese día, Jesús no volvió a dibujar ni a modelar una forma cualquiera mientras vivió en la casa de su padre. Sin embargo, no estaba convencido de que lo que había hecho estuviera mal, y abandonar su pasatiempo favorito constituyó una de las grandes pruebas y frustraciones de su joven vida.

A finales de junio, Jesús subió por primera vez a la cima del Monte Tabor en compañía de su padre. Era un día claro y la vista era magnífica. Este chico de nueve años tuvo la impresión de que había contemplado realmente el mundo entero, a excepción de la India, África y Roma.

Marta, la segunda hermana de Jesús, nació el jueves 13 de septiembre por la noche. Tres semanas después del nacimiento de Marta, José, que se encontraba en casa por algún tiempo, empezó la construcción de una ampliación de su casa, una habitación que serviría como taller y dormitorio. Se construyó un pequeño banco de trabajo para Jesús, y por primera vez pudo disponer de sus propias herramientas. Durante muchos años trabajó en este banco en sus ratos libres y se volvió muy experto en la fabricación de yugos.

Este invierno y el siguiente fueron los más fríos en Nazaret desde hacía varias décadas. Jesús había visto la nieve en las montañas y varias veces había nevado en Nazaret, aunque sin permanecer mucho tiempo en el suelo; pero hasta este invierno no había visto el hielo. El hecho de que el agua pudiera ser sólida, líquida y gaseosa —había meditado largamente sobre el vapor que se escapaba del agua hirviendo— dio al joven mucho que pensar sobre el mundo físico y su constitución; y sin embargo, la personalidad encarnada en este niño en pleno crecimiento era al mismo tiempo la verdadera creadora y organizadora de todas estas cosas a lo largo y a lo ancho de un vasto universo.

El clima de Nazaret no era riguroso. Enero era el mes más frío, con una temperatura media alrededor de los 10° C. En julio y agosto, los meses más calurosos, la temperatura variaba entre 24° y 32° C. Desde las montañas hasta el Jordán y el valle del Mar Muerto, el clima de Palestina variaba entre el frío y el tórrido. Así pues, en cierto sentido, los judíos estaban preparados para vivir prácticamente en cualquiera de los climas variables del mundo.

Incluso durante los meses más calurosos del verano, una brisa fresca del mar soplaba generalmente del oeste desde las 10 de la mañana hasta las 10 de la noche. Pero de vez en cuando, los temibles vientos cálidos procedentes del desierto oriental soplaban en toda Palestina. Estas ráfagas calientes aparecían por lo general en febrero y marzo, hacia el final de la temporada de las lluvias. En esos momentos, la lluvia caía en chaparrones refrescantes desde noviembre hasta abril, pero no llovía de manera continuada. En Palestina realmente sólo había dos estaciones: el verano y el invierno, la temporada seca y la temporada lluviosa. Las flores empezaban a abrir en enero, y a finales de abril todo el país era un vergel florido.

En mayo de este año, Jesús ayudó por primera vez a cosechar los cereales en la granja de su tío. Antes de cumplir los trece años, se las había arreglado para saber algo de casi todos los trabajos que realizaban los hombres y las mujeres alrededor de Nazaret, a excepción del trabajo de los metales; cuando fue mayor, después de la muerte de su padre, pasó varios meses en el taller de un herrero.

Cuando disminuía el trabajo y el tránsito de las caravanas, Jesús hacía con su padre muchos viajes de placer o de negocios a las ciudades cercanas de Caná, Endor y Naín. Incluso siendo joven había visitado con frecuencia Séforis, situada sólo a cinco kilómetros al noroeste de Nazaret; desde el año 4 a. de J.C. hasta el año 25 d. de J.C. aproximadamente, esta ciudad fue la capital de Galilea y una de las residencias de Herodes Antipas.
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Jesús continuaba su crecimiento físico, intelectual, social y espiritual. Sus viajes fuera del hogar contribuyeron mucho a proporcionarle una comprensión mejor y más generosa de su propia familia; en esta época, sus mismos padres empezaron a aprender de él al mismo tiempo que le enseñaban. Incluso en su juventud, Jesús era un pensador original y un hábil educador. Se encontraba en un conflicto permanente con la llamada «ley oral», pero siempre trataba de adaptarse a las prácticas de su familia. Se llevaba muy bien con los niños de su edad, pero a menudo se desalentaba por su lentitud mental. Antes de cumplir los diez años, se había convertido en el jefe de un grupo de siete muchachos que formaron una sociedad para adquirir los talentos de la edad adulta —físicos, intelectuales y religiosos. Jesús logró introducir entre estos chicos muchos juegos nuevos y diversos métodos mejorados de entretenimiento físico.

EL DÉCIMO AÑO

El cinco de julio, el primer sábado del mes, mientras Jesús se paseaba por el campo con su padre, expresó por primera vez unos sentimientos y unas ideas que indicaban que estaba empezando a tomar conciencia de la naturaleza excepcional de su misión en la vida. Mientras los dos caminaban por el campo y observaban el cielo que se cambiaba al atardecer, Jesús le hizo una sorprendente confesión a José, diciéndole con melancolía que sentía que su “Padre Celestial le reclamaba”. José escuchó atentamente las importantes palabras de su hijo, pero hizo pocos comentarios y no dio ninguna información. Al día siguiente, Jesús tuvo una conversación similar con su madre, pero más larga. María escuchó igualmente las declaraciones del muchacho, pero ella tampoco proporcionó ninguna información. En realidad para ellos esta actitud de Jesús resultó incomprensible. Aquel fuego ya se había encendido en su corazón, y nunca se apagaría, pero decidió guardar silencio madurando lo que germinaba en su interior. “¿Por qué sentía ese irrefrenable “tirón” para hablar o pensar en su Padre Celestial? ¿Quién era realmente? ¿Era una locura el ser diferente a los demás, el “sentir algo” sin pedirlo que lo volvía cada vez más meditativo y lo hacía cuestionarse?”. Pasaron casi dos años antes de que Jesús hablara nuevamente a sus padres de esta revelación creciente, dentro de su propia conciencia, sobre la naturaleza de su personalidad y el carácter de su misión en la tierra.

En agosto ingresó en la escuela superior de la sinagoga. En la escuela, causaba continuas perturbaciones con las preguntas que persistía en hacer. Cada vez tenía más a todo Nazaret en un alboroto más o menos continuo. A sus padres les disgustaba prohibirle que hiciera esas preguntas inquietantes, y su profesor principal estaba muy intrigado por la curiosidad del muchacho, su perspicacia y su sed de conocimientos.

“¿Cómo era posible que Dios creara el mundo en seis días literales, si mi padre José se demora en construir una casa en un mes?” preguntaba con aplastante lógica. “¿Sirve el hombre a la Ley o realmente la Ley al hombre?, ¿Por qué el sumo sacerdote es el único que puede acercarse a la presencia divina en el santísimo?”. Debido a esto, y a la posibilidad de que el niño fuera tachado de loco o blasfemo en la aldea José adoptó con dolor una actitud mas severa: “te limitarás –le ordenó- a preguntar estrictamente lo necesario”.

Los compañeros de juego de Jesús no veían nada sobrenatural en su conducta; en la mayoría de los aspectos era totalmente como ellos. Su interés por el estudio era un poco superior a la media, pero no tan excepcional. Es verdad que en la escuela hacía más preguntas que los demás niños de su clase y que pudo generar más de alguna envidia o antipatía.

Quizás su característica más excepcional y sobresaliente era su repugnancia a luchar por sus derechos. Detestaba la violencia física. Aunque era un muchacho bien desarrollado para su edad, a sus compañeros de juego les resultaba extraño que tuviera aversión por defenderse incluso de las injusticias o cuando era sometido a abusos personales. A pesar de todo, no sufrió mucho por culpa de esta tendencia gracias a la amistad de Jacobo, el muchacho vecino, que era un año mayor. Se trataba del hijo del albañil asociado con José en los negocios. Jacobo admiraba mucho a Jesús y se encargaba de estar pendiente para que nadie se le impusiera, aprovechándose de su aversión por las peleas físicas. Varias veces atacaron a Jesús unos jóvenes mayores y violentos, contando con su notoria docilidad, pero siempre recibieron un castigo rápido y seguro de manos de Jacobo, el hijo del albañil, su campeón voluntario y defensor siempre dispuesto.

Jesús era el jefe comúnmente aceptado por los muchachos de Nazaret que tenían los ideales más elevados de su tiempo y de su generación. Sus jóvenes amigos lo amaban realmente, no sólo porque era justo, sino también porque poseía una simpatía rara y comprensiva que revelaba el amor y se acercaba a la compasión discreta.
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Este año empezó a mostrar una marcada preferencia por la compañía de las personas mayores. Le encantaba hablar de temas culturales, educativos, sociales, económicos, políticos y religiosos con pensadores de más edad; la profundidad de sus razonamientos y la fineza de sus observaciones gustaban tanto a sus amigos adultos que siempre estaban más que dispuestos para conversar con él. Hasta que tuvo que hacerse cargo de mantener a la familia, sus padres trataron constantemente de inducirlo a que se asociara con los chicos de su misma edad, o más cercanos a ella, en lugar de personas mayores mejor informadas, por quienes mostraba tanta preferencia.
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A finales de este año tuvo con su tío una experiencia de dos meses de pesca en el Mar de Galilea, y se le dio muy bien. Antes de llegar a la edad adulta, se había convertido en un experto pescador.

Su desarrollo físico continuaba; en la escuela era un alumno avanzado y privilegiado; en el hogar se llevaba francamente bien con sus hermanos y hermanas más jóvenes, contando con la ventaja de tener más de tres años y medio que el mayor de los otros niños. En Nazaret tenían una buena opinión de él, a excepción de los padres de algunos de los niños más torpes, que a menudo calificaban a Jesús de demasiado engreído, de que carecía de la humildad y de la reserva propias de la juventud. Manifestaba una tendencia creciente a orientar las actividades recreativas de sus jóvenes amigos hacia terrenos más serios y reflexivos. Era un instructor nato y sencillamente no podía dejar de actuar como tal, incluso cuando se suponía que estaba jugando.

José empezó muy pronto a enseñar a Jesús las diversas maneras de ganarse la vida, explicándole las ventajas de la agricultura sobre la industria y el comercio. Galilea era una comarca más hermosa y próspera que Judea, y vivir allí apenas costaba la cuarta parte de lo que costaba en Jerusalén y Judea. Era una provincia de pueblos agrícolas y de ciudades industriales florecientes, con más de doscientas ciudades por encima de los cinco mil habitantes y treinta con más de quince mil.

Durante su primer viaje con su padre para observar la industria pesquera en el lago de Galilea, Jesús casi había decidido hacerse pescador; pero la estrecha relación con el oficio de su padre le impulsó más adelante a hacerse carpintero, mientras que más tarde aún, una combinación de influencias le llevó a escoger definitivamente la carrera de educador religioso de un orden nuevo.

EL UNDÉCIMO AÑO

Durante todo este año, el muchacho continuó haciendo viajes con su padre fuera del hogar, pero también visitaba con frecuencia la granja de su tío, y en ocasiones iba a Magdala para pescar con el tío que se había instalado cerca de aquella ciudad.

José y María a veces estuvieron tentados de mostrar algún tipo de favoritismo especial por Jesús, o de revelar de alguna otra manera su conocimiento de que era un niño de la promesa, un hijo del destino. Pero sus padres eran, los dos, extraordinariamente sabios y sagaces en todos estos asuntos. Las pocas veces que mostraron de alguna manera una preferencia cualquiera por él, incluso en el más ínfimo grado, el muchacho rechazó de inmediato toda consideración especial.

Jesús pasaba bastante tiempo en la tienda de abastecimiento de las caravanas; como conversaba con los viajeros de todas las partes del mundo, adquirió una cantidad de información sobre los asuntos internacionales sorprendente para su edad. Éste fue el último año en que pudo disfrutar mucho de los juegos y de la alegría juvenil; a partir de este momento, las dificultades y las responsabilidades se multiplicaron rápidamente en la vida de este joven.

Judá nació al anochecer del miércoles 24 de junio. El alumbramiento de este séptimo hijo estuvo acompañado de complicaciones. María estuvo tan enferma durante varias semanas que José se quedó en la casa. Jesús estuvo muy ocupado haciendo recados para su padre y realizando múltiples tareas ocasionadas por la grave enfermedad de su madre. A este joven no le fue posible nunca más volver al comportamiento infantil de sus primeros años. A partir de la enfermedad de su madre —poco antes de cumplir los once años— se vió obligado a asumir las responsabilidades de hijo mayor, y a hacer todo esto uno o dos años antes de la fecha en que esta carga hubiera recaído normalmente sobre sus hombros.

El chazán pasaba una tarde por semana con Jesús ayudándole a estudiar en profundidad las escrituras hebreas. Le interesaba mucho el progreso de su prometedor alumno, y por eso estaba dispuesto a ayudarlo de muchas maneras. Este pedagogo judío ejerció una gran influencia sobre esta mente en crecimiento, pero nunca pudo comprender por qué Jesús era tan indiferente a todas sus sugerencias sobre la perspectiva de ir a Jerusalén para continuar su educación con los rabinos eruditos.

Hacia mediados de mayo, el joven acompañó a su padre en un viaje de negocios a Escitópolis, la principal ciudad griega de la Decápolis, la antigua ciudad hebrea de Bet-seán. Por el camino, José le contó muchas cosas de la antigua historia del rey Saúl, los filisteos y los acontecimientos posteriores de la turbulenta historia de Israel. Jesús se quedó enormemente impresionado por la limpieza y el orden que reinaban en esta ciudad llamada pagana. Se maravilló del teatro al aire libre y admiró el hermoso templo de mármol consagrado a la adoración de los dioses «paganos». A José le inquietó mucho el entusiasmo del joven y trató de contrarrestar estas impresiones favorables alabando la belleza y la grandeza del templo judío de Jerusalén. Desde la colina de Nazaret, Jesús había contemplado a menudo con curiosidad esta magnífica ciudad griega, y había preguntado muchas veces por sus amplias obras públicas y sus edificios adornados, pero su padre siempre había tratado de eludir estas preguntas. Ahora se encontraban cara a cara con las bellezas de esta ciudad gentil, y José ya no podía fingir que ignoraba las preguntas de Jesús.

Se dio la circunstancia de que precísamente en aquel momento se estaban celebrando, en el anfiteatro de Escitópolis, los juegos competitivos anuales y las demostraciones públicas de proezas físicas entre las ciudades griegas de la Decápolis. Jesús insistió para que su padre lo llevara a ver los juegos, e insistió tanto que José no se atrevió a negárselo. El joven estaba entusiasmado con los juegos y entró de todo corazón en el espíritu de aquellas demostraciones de desarrollo físico y de habilidad atlética. José se escandalizó indeciblemente al observar el entusiasmo de su hijo mientras contemplaba aquellas exhibiciones de vanagloria «pagana». Después de terminar los juegos, José recibió la mayor sorpresa de su vida cuando oyó a Jesús expresar su aprobación y sugerir que sería bueno que los jóvenes de Nazaret pudieran beneficiarse así de unas sanas actividades físicas al aire libre. José como judío se sintió herido en su patriotismo y tuvo una larga y seria conversación con Jesús respecto a la naturaleza perversa de tales prácticas, pero supo muy bien que el joven no estaba convencido.

La única vez que Jesús vio a su padre enfadado con él fue aquella noche en su habitación de la posada cuando, en el transcurso de su discusión, el chico olvidó los principios del pensamiento judío hasta el punto de sugerir que volvieran a casa y trabajaran a favor de la construcción de un anfiteatro en Nazaret. Cuando José escuchó a su primogénito expresar unos sentimientos tan poco judíos, se sintió ofendido en su orgullo nacional, perdió su calma habitual y, cogiéndolo por los hombros, zarandeándolo, exclamó encolerizado: «Hijo mío, que no te oiga nunca más expresar un pensamiento tan perverso en toda tu vida». Jesús se quedó sobrecogido ante la manifestación emocional de su padre; nunca había sentido anteriormente el impacto personal de la indignación de su padre, y se quedó pasmado y conmocionado de manera indecible. Se limitó a contestar: «Muy bien, padre, así lo haré». Y mientras vivió su padre, el muchacho no hizo nunca más la más pequeña alusión a los juegos y a las otras actividades atléticas de los griegos.

Más tarde, Jesús vió el anfiteatro griego en Jerusalén y comprendió cuán odiosas eran estas cosas desde el punto de vista judío. Sin embargo, durante toda su vida se esforzó por introducir la idea de un esparcimiento sano en sus planes personales y, en la medida en que lo permitían las costumbres judías, también en el programa posterior de las actividades regulares de sus doce apóstoles.

Al final de este undécimo año, Jesús era un joven vigoroso, bien desarrollado, con un moderado sentido del humor, y bastante alegre, pero a partir de este año empezó a pasar cada vez con más frecuencia por períodos peculiares de profunda meditación y de seria contemplación. Muchos lo malinterpretaron como taciturno y retraído. Se dedicaba mucho a meditar sobre la manera en que iba a cumplir con sus obligaciones familiares y obedecer al mismo tiempo a su llamada interior de su misión para con el mundo; ya había comprendido que su ministerio no debía limitarse a mejorar al pueblo judío.

EL DUODÉCIMO AÑO

Éste fue un año memorable en la vida de Jesús. Continuó haciendo progresos en la escuela y nunca se cansaba de estudiar la naturaleza; al mismo tiempo, se dedicaba cada vez más a estudiar los métodos que la gente utilizaba para ganarse la vida. Empezó a trabajar regularmente en el taller familiar de carpintería y se le autorizó para que gestionara su propio salario, un arreglo bastante excepcional en una familia judía. Este año aprendió también la conveniencia de guardar en familia el secreto de estas cosas. Se iba haciendo consciente de la manera en que había causado perturbación en el pueblo, y en adelante se volvió cada vez más discreto, ocultando todo lo que contribuyera a mostrarlo como diferente a sus compañeros.

Durante todo este año experimentó numerosos períodos de incertidumbre, si no de verdadera duda, en cuanto a la naturaleza de su misión. Su mente humana, que se desarrollaba de manera natural, aún no captaba por completo la realidad de su doble naturaleza. El hecho de tener una sola personalidad hacía difícil que su conciencia reconociera el origen doble de los factores que componían la naturaleza asociada con esta misma personalidad.

A partir de este momento logró entenderse mejor con sus hermanos y hermanas. Tenía cada vez más tacto, se mostraba siempre compasivo y considerado por su bienestar y felicidad, y mantuvo buenas relaciones con ellos hasta el principio de su ministerio público. Para ser más explícito, se llevó muy bien con Santiago, Miriam y los dos niños más pequeños, Amós y Rut (que aún no habían nacido). Siempre se llevó bastante bien con Marta. Los disgustos que tuvo en el hogar surgieron principalmente de las fricciones con José y Judá, en particular con éste último.

Para José y María fue una experiencia difícil encargarse de criar a un ser que reunía esta combinación sin precedentes de divinidad y de humanidad; merecen admiración por haber cumplido con tanta fidelidad y con tanto éxito sus deberes paternos. Los padres de Jesús comprendieron cada vez más que había algo sobrehumano en su hijo mayor, pero jamás pudieron soñar ni siquiera un instante que este hijo de la promesa fuera en verdad el creador efectivo de este universo local de cosas y de seres. José y María vivieron y murieron sin enterarse nunca de que su hijo Jesús era realmente el Hijo Creador del Universo, encarnado en la carne mortal.

Jesús realmente era el Hijo del Padre Universal, obrero maestro y por tanto, desde esa perspectiva creador, pero por amor se transformó en parte de la creación, renunciando temporalmente a su memoria. Así obtendría el punto de vista personal del ser humano.
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Este año, Jesús se interesó más que nunca por la música, y continuó enseñando a sus hermanos y hermanas en el hogar. Aproximadamente por esta época, el muchacho se volvió intensamente consciente de la diferencia de puntos de vista entre José y María respecto a la naturaleza de su misión. Meditó mucho sobre la diferencia de opinión de sus padres, y a menudo escuchó sus discusiones cuando ellos creían que estaba profundamente dormido. Se inclinaba cada vez más por el punto de vista de su padre, de manera que su madre estaba destinada a sentirse herida al darse cuenta de que su hijo rechazaba poco a poco sus directrices en las cuestiones relacionadas con la carrera de su vida. A medida que pasaban los años, esta brecha de incomprensión fue incrementándose. María comprendía cada vez menos el significado de la misión de Jesús, y esta madre buena se sintió cada vez más herida porque su hijo favorito no llevaba a cabo sus esperanzas más acariciadas.
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José creía cada vez más en la naturaleza espiritual de la misión de Jesús; y si no fuera por otras razones más importantes, de hecho es una pena que no viviera lo suficiente como para ver realizarse su concepto de la donación de Jesús en la tierra.

Durante su último año en la escuela, cuando tenía doce años, Jesús manifestó a su padre su protesta por la costumbre hebrea de tocar el trozo de pergamino clavado en el marco de la puerta, cada vez que entraban o salían de la casa, y besar después el dedo que lo había tocado. Como parte de este rito, era costumbre decir: «El Señor protegerá nuestra entrada y nuestra salida, de ahora en adelante y para siempre.» José y María habían enseñado repetidas veces a Jesús las razones por las cuales estaba prohibido hacer retratos o dibujar cuadros, explicando que estas creaciones se podían utilizar con fines idólatras. Aunque Jesús no llegaba a comprender por completo la prohibición de hacer retratos y dibujos, poseía una lógica superior, y por eso señaló a su padre la naturaleza esencialmente idólatra de esta reverencia habitual al pergamino de la puerta. Después de estas objeciones de Jesús, José no pudo más que retirar el pergamino.

Con el paso del tiempo, Jesús contribuyó mucho a modificar las prácticas religiosas de los suyos, tales como las oraciones familiares y otras costumbres. Muchas de estas cosas se podían hacer en Nazaret porque su sinagoga estaba bajo la influencia de una escuela liberal de rabinos, representada por un tal José, el famoso maestro de Nazaret. Jesús insistía en tener un dialogo de tu a tu con Dios, algo considerado por lo más ortodoxos como blasfemo. Eso, decían, solo lo puede hacer el sumo sacerdote una vez al año en Jerusalén. Incluso Jesús mencionó con frecuencia el Nombre de Dios, aunque cada vez más estaba en desuso su pronunciación debido a las supersticiones y tradiciones que los guías judíos hacían circular, y que consideraban una blasfemia grave el nombrarlo. Debido a eso, Jesús no provocó enfrentamientos innecesarios cuando no era la ocasión, sobre todo en grandes públicos, salvo cuando citó de las Escrituras.

Durante este año y los dos siguientes, Jesús sufrió una gran aflicción mental como resultado de sus constantes esfuerzos por conciliar sus opiniones personales sobre las prácticas religiosas y las diversiones sociales, con las creencias enraizadas de sus padres. Estaba angustiado por el conflicto entre la necesidad de ser fiel a sus propias convicciones, y la exhortación de su conciencia a someterse obedientemente a sus padres; su conflicto supremo se encontraba entre dos grandes mandamientos que predominaban en su mente juvenil. El primero era: «Sé fiel a los dictámenes de tus convicciones más elevadas de la verdad y de la rectitud.» El otro era: «Honra a tu padre y a tu madre, porque ellos te han dado la vida y la nutrición de la vida». Sin embargo, nunca eludió la responsabilidad de hacer cada día los ajustes necesarios entre la lealtad a sus convicciones personales y el deber hacia su familia. Consiguió la satisfacción de fundir cada vez más armoniosamente sus convicciones personales con las obligaciones familiares, en un concepto magistral de solidaridad colectiva basada en la lealtad, la justicia, la tolerancia y el amor.

SU DECIMOTERCER AÑO

En este año, el muchacho de Nazaret pasó de la infancia a la adolescencia; su voz empezó a cambiar, y otros rasgos de la mente y del cuerpo revelaron la llegada de la virilidad.

Su hermanito Amós nació la noche del domingo 9 de enero. Judá no tenía todavía dos años, y su hermanita Rut aún no había nacido. Se puede ver pues que Jesús tenía una numerosa familia de niños pequeños que se quedó a su cuidado cuando su padre encontró la muerte al año siguiente en un accidente.
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Hacia mediados de febrero, Jesús adquirió humanamente la seguridad de que estaba destinado a efectuar una misión en la tierra para iluminar al hombre y revelar a Dios. En la mente de este joven se estaban formando importantes decisiones, junto con planes de gran envergadura, mientras que su apariencia exterior era la de un muchacho judío corriente de Nazaret. La vida y los seres inteligentes de todo el Universo observaban con fascinación y asombro cómo todo ésto empezaba a desarrollarse en el pensamiento y en los actos del hijo, ahora adolescente, del carpintero.

El primer día de la semana, el 20 de marzo, Jesús se graduó en los cursos de enseñanza de la escuela local asociada con la sinagoga de Nazaret. Era un gran día en la vida de cualquier familia judía ambiciosa, el día en que el hijo primogénito era nombrado «hijo del mandamiento» y el primogénito rescatado del Señor Dios de Israel, un «hijo del Altísimo» y servidor del Señor de toda la tierra.

El viernes de la semana anterior, José había regresado de Séforis, donde estaba encargado de construir un nuevo edificio público, para estar presente en esta feliz ocasión. El profesor de Jesús creía firmemente que su alumno alerta y aplicado estaba destinado a alguna carrera eminente, a alguna misión importante. Los ancianos, a pesar de todos sus disgustos con las tendencias no conformistas de Jesús, estaban muy orgullosos del muchacho y ya habían empezado a hacer planes para que pudiera ir a Jerusalén a continuar su educación en las famosas academias hebreas.

A medida que Jesús oía de vez en cuando discutir estos planes, estaba cada vez más seguro de que nunca iría a Jerusalén para estudiar con los rabinos. Sin embargo, poco podía imaginar la tragedia tan próxima que aseguraría el abandono de todos estos proyectos, obligándole a asumir la responsabilidad de mantener y dirigir una familia numerosa que pronto iba a estar compuesta de cinco hermanos y tres hermanas, además de su madre y él mismo. Al tener que criar esta familia, Jesús pasó por una experiencia más extensa y prolongada que la que tuvo José, su padre; y se mantuvo a la altura del modelo que más tarde estableció para sí mismo: ser un educador y hermano mayor sabio, paciente, comprensivo y eficaz para esta familia —su familia—, tan repentinamente afligida por el dolor y tan inesperadamente acongojada.